trabajo, piso, pareja

 

Tres cosas hay en la vida. Lo acabas de leer en el título prestado de esta historia. Cosas que nos quitan el sueño, que soñamos con ellas y mierdas que no podemos tener. No hemos venido aquí a dar pena pero esta clase sobre oferta y demanda no te la puedes perder.

Si las mejores fiestas suceden en la cocina y los mejores fichajes se firman en servilletas, sólo allí podría fraguarse este brete de casi mayores. Una charla en la que sólo sacamos en claro una verdad como un bolso de Chanel: cambiar de trabajo es como cambiar de piso. Ni mejor que, ni más difícil que ni el nuevo qué. Sólo un como que equilibra dos balanzas que caen por su propio peso cuando ya te empiezas a hacer preguntas retóricas que hasta ahora sólo verbalizaba tu madre.

Ojo, que hablamos de cambiar y no de encontrar o buscar. El extremismo ahora tan de moda se ha topado con un mercado que está como está. Mientras nuestras compañeras de pupitre escolar no paran de cambiar pañales, nosotros cada vez vemos más series de adolescentes. Pero el cuerpo ya nos va pidiendo dar pasitos un poco más grandes sin correr a por el anillo o porque el niño se ha cagado.

Hacer pis con la puerta abierta es lo que yo quiero. “Ahora quiero ser yo el desastre”, la dueña del mío propio. Y que no se nos olvide uno de los goles de este hat-trick, por favor. Que yo no soy como tú, que te abres Tinder y no pisas los bares. Que buscas un país para comérselo con ese abre-fácil de la vida que es quedar con el novio los viernes. Nunca se me dieron bien las mates así que esta ecuación no sé cómo despejarla sin tirar balones fuera.

Cogeré prestado algo que me dijeron hace menos de un año. Algún día te apetecerá (que no querrás) tener novio. Sí, como algún día me apetecerá hacer pis sin cerrar la puerta y encontrar a alguien que (me) cuadre. Mientras vamos hablando, no salgo de este círculo vicioso que no espera para cenar y sí aguanta de fiesta sin cenar.

P.D Está sonando en mi Spoti Be my baby de Vanessa Paradis. Tómalo como quieras.