Cuando empezó todo esto, solo pensaba en la chapa que nos metió nuestro profesor de Historia en el colegio. “Esta es una de las cosas más importantes que vais a vivir en vuestra vida”. La fumata blanca para ensalzar a Ratzinger en 2005. No me jodas. Benedicto equis uve palito. Nos lo vendía como un acontecimiento difícil de verse repetido en el tiempo. Y nosotros, en ese año que precedía a la universidad, poca importancia le dimos.
Y bien que hicimos porque quince años después un bicho nos iba a dejar encerrados. Encerrados como si tratásemos de frenar al otro bicho en nuestro área cuando se llevó esas dos Champions a su terreno. El coronavirus ha resultado ser el nuevo Habemus Papam y solo queda esperar a que el humo se apague pronto.
Pero sería de necios pensar que la llama no sigue ahí. Que hemos olvidado que la previa se compra en el chino, que nos da igual el bar Antonio que la casa de uno. Que nos negamos que la noche se haga de día y que se nos nota en la carita si no decimos la verdad. Esa que sale a flote en el Cabify por mucho que llevemos la mascarilla puesta. Que las caritas de los chavales no se olvidan y que había que abrazar, joder. Que llevamos tatuado un gusto musical exquisito, pero luego la noche está pa’ romperla como diría Bad Bunny. Que no se nos ha olvidado ligar y no sabemos dónde vamos a bailar esta noche, pero seguro que está Dani de la Orden.
Así, la noche te lleva en volandas. Por mucho que hayan pasado cinco meses desde la última vez en el Siroco, Madrid no se olvida. Tampoco gastarse más pasta en dos días que en toda la cuarentena. Pero qué gustazo da ver los cargos en la cuenta con el icono de ?. Porque volvió el duende. El maldito duende.