Hace unos días la invitada a uno de mis podcast favoritos contaba que tenía buena memoria para algunas cosas y no tanto para otras. Si le preguntabas por el argumento de una película dudaría en responder, pero en cambio, contaba que se acordaba perfectamente de situaciones de su vida con los demás con todo lujo de detalles. Me sentí totalmente identificada porque me suelen llamar “doña fechas” y qué envidia porque “tú tienes mucha memoria vital”. Este título honorífico, en parte, me viene dado porque a mi cerebro le gusta recordar qué outfit llevaba en ese festival de 2011, cómo iban vestidos los demás en el cumpleaños de Eva, e incluso, soy capaz de decirte si cogimos un taxi o, por el contrario, era un Cabify y si íbamos cantando Estopa o Ed Sheeran.
El sábado, en una de esas pocas quedadas donde nos sentamos y que hacemos justo después de la hora del café, salió entre dobles de cerveza una noche que yo siempre he bautizado como “la noche de Nacho Vegas”. San Isidro del 2016. Plaza Mayor. Primer mandato de Manuel Carmena en las fiestas del patrón de Madrid. Najwajean. iPhone perdido. Mi minifalda de tubo negra, mis zapatos negros de cordones, mi camiseta de The Kinks. Una bomber verde. Cazadora camel de ante. The Charlatans. La presentación de la novia de una amiga al grupo. Birras en un ultramarinos. El Wharf 73 y puedo seguir relatando, pero hay cosas que no pueden contarse fuera del círculo.
Recordamos lo que queremos. La memoria selectiva es así de caprichosa. A mi no me preguntes qué lió Kendall en la segunda temporada de Succession. Yo te digo que fue la temporada en la que Shiv se corta la melena o cómo estaba mi vida cuando estaba viendo la serie. Me gusta pensar que se recuerdan los detalles de días memorables, pero eso no significa que sean importantes.
La memoria vital no aparece sólo por respirar. Me refiero a que se acumula en días, noches, mañanas cuando no vas de puntillas por la vida. A veces dejamos de hacer cosas por pereza, porque creemos que ya no pega con las canas que vamos teniendo o porque nos espera un triplete seguido de planes de excesos. Lo que pasa es que luego vienen las pandemias y el “tendríamos que haber ido”. Deberíamos hacer lo que nos apetezca en cada momento aunque no nos guste Nacho Vegas y vayamos obligados al concierto. Luego, pasados 7 años, pagarías por ver a Nachito en la Plaza Mayor con sus Mundos inmóviles derrumbándose. Incluso llorarías.