Popular serie

A veces me pasa que, antes de empezar a escribir, ya estoy pensando en la foto que va a acompañar al texto. Un poco como cuando te compras un libro sólo por la portada. Igual es una mierda lo que escribes, pero qué foto tan bien elegida. Hoy lo he tenido fácil. Tenía claro que se titularía Popular e inmediatamente pensé en la serie de la Primera (como se decía antes). Esto sucedió el sábado a mediodía, mientras la hermana pequeña de uno de mis mejores amigos se casaba. Al día siguiente, sin resaca divina, cojo el móvil y veo que una de las protas de la tercera de temporada de The White Lotus es la rubia de Popular, una de las hermanastras. Me pareció curioso porque no es una actriz que hayamos visto hasta en la sopa. Y es así cómo se me hace feliz. Con estas pequeñeces. 

Volviendo a las nupcias. Abro melón. Qué poco me gustan las bodas civiles. Dije justo antes de empezar la ceremonia. Me importan bien poco las anécdotas colegiales, de borrachera en el Colegio Mayor o las primadas en el pueblo en una maldita boda. Son, incluso, más largas que las bodas por la Iglesia. Pero me comí la raja de melón en pleno febrero. Me costó un triunfo aguantar la lágrima, como en pocas bodas que tengo en mi cartera. 

Los votos de los novios no se cuentan y las palabras dedicadas hacia una madre viuda (esto da para otro capítulo) tampoco. Pero la mención de la novia a sus cuatro besties del colegio, sí. “Fuimos las sobras, pero siempre nos hemos tenido ahí las unas a las otras”. Y me recordó, compartiendo además mismo colegio con ellas, a esos momentos en los que mi grupo no fue la primera cucharada del plato.

No fuimos el tercer plato. No vamos a exagerar. Tampoco éramos las retales como en las pruebas por equipo de los realities de Shine Iberia, pero “Tía, nosotras éramos perfil bajo. No destacábamos. Caíamos bien, pero no éramos resultonas”. Estudiosas, buenistas, no fumábamos, no salíamos al pasillo en los 5 minutos entre clase y clase hasta que no estuvimos en Bachillerato y, curiosamente, dejamos de bajar al patio, precisamente en esos dos años. Me comía el sándwich de paté y me bebía un zumo con pajita mirando a la ventana o viendo cómo éstas escribían letras de canciones emo en la pizarra. Media hora tras tres horazas de clase sin un móvil en la mano porque yo mi Siemens C45 solo me lo llevaba al colegio si ese día teníamos una excursión por miedo al hurto en clase. Lo piensas ahora y te descojonas. Creo que ni me llevaba las llaves de mi casa, siempre había alguien para abrir la puerta. En cambio, me desvivía por arrebatarle a mi amigo Jose el poder de coger la llave del despacho para abrir la clase antes de las 9 de la mañana y ser la primera en entrar. 

Y eso es lo que fuimos. Para algunas, unas empollonas por llevar los temas al día. Para otras, una pija porque no tenía una camiseta de Soziedad Alkoholika y porque vestía bien. Punto. Y poco atractivas porque igual sí teníamos pechamen y llevábamos bragas de Unno, pero no lo enseñábamos. 

No hemos venido aquí a dar pena ni a hacer nuevos amigos, pero el concepto “sobras” con 14 años, te jode y pasados los 30, te saben mejor unos macarrones recalentados que recién hechos

Al final, entre tantas novatadas y vivencias universitarias en los speech, los novios se casaron por lo civil, pero en una ermita con óleos del pintor de la corte de Felipe III. ¿Cómo no iba yo a llorar? Si es que…