Hace una semana, en esas reuniones entre amigas de una o dos veces por mes, en las que una cerveza gana en espuma a la anterior, me atreví a espetar: “Ayer entré en Tuenti”.

-¿¿Qué has qué??
-Sí. Lo hice.

Y confieso que no me entrené para ello. Confiaba en que nadie viera mi conectividad. Estaba dispuesta a tachar esa última conexión desde “hace más de un siglo”, a no saber desconectar el maldito chat -ahora más infantil que nunca con las teens de tu pueblo a las que agregaste hace unos veranos-, y a que alguna de ellas me dedicase en ese instante un ¿qué hace una outsider como tú en sitio como este? Qué vergüenza. Al menos entré desde mi iPad.

Mientras escribía mi contraseña como réplica a esa dichosa e imberbe dirección de correo, sentía el mea culpa acecharme desde el otro lado de la pantalla. Cuando quise echarme atrás, ya estaba dentro, perpleja, observando mi foto de perfil y mi último video compartido en esa cajita de mi anterior tablón vital. Me negué a leer algunos comentarios y a clickear sobre la galería fotos universitarias. Sólo buscaba una referencia de un recuerdo avenido en la nocturnidad –como casi siempre-. No me hacía falta corroborar esa frase porque la recordaba a la perfección, aunque hubieran pasado ya tres años. Cómo jode.

Joder, qué freak eres. Ni que te fuera la vida en ello.

Ni la vida en ello, ni mi reino por volver entrar. Pero tenía que recordar por qué un ‘qué fuerte’ en un privado supera a un ‘qué heavy’ en un whatsapp (aunque sean las tres de las madrugada) y por qué los ‘¿qué pasó anoche? y los ‘¿cómo acabásteis?’ eran más personales y suponían un esfuerzo mayor que las dos ladies bailando en los chats en grupo.

Porque no lo neguemos. Estábamos muy locos. Y aún habiendo mamado la instantaneidad, nos molaba esperar a la mañana siguiente y leer: “Tia, anoche creo que me líe con un feo”, “¿Sabes quién estaba allí?” -Sí, él, o “En el examen no entra el punto 4”. Mierda, yo ya me lo he estudiado. Fail. Y coño, que los sms costaban. No nos daba la real gana gastarnos 15 centavos en adelante (si la cosa se ponía interesante) o simplemente pasabas de pedirle a ella los apuntes mediante el argot de las abreviaturas –cuánto daño- o qué entraba en el examen de las trescientas Historias del Periodismo.

En aquellos años éramos inmaduros para dar el salto a los mensajes múltiples de la competencia. Así que nuestros chats en grupo eran las fotos de los Cien Montaditos o de unos brugales simulando un puerco botellón. Los líderes de la pandilla, esos que arengaban cada jueves de cañas después de los céspedes de Cc. Inf o aquellas cenas navideñas nivel ‘los compañeros de clase también son mis amigos’ son ahora los administradores de grupos. Siempre fueron gente con iniciativa. Y que sigan siéndolo.