nudos y cremalleras

Últimamente nos hemos acostumbrado a pedir independencia. Y no me refiero sólo a esa que se grita mediante el voto, sino también a la que se impone de forma autoritaria. Se empeñan en invadir nuestro espacio y tú sólo quieres abrazos libres y merendar en la cama. A mí no me agobies y no me regales ropa. No quiero ir al cine los domingos y no me gustan tus zapatillas. Sabes de sobra que si tus pies no me conquistan, menos aún lo harán tus burdas frases para hacerte el gracioso. Sé ingenioso sin intentarlo. No veas esa serie porque sí y nunca te molará esa canción por mucho que le des al play. Ah, y me voy a vivir sola.

Una tarde llegas a casa, a tu estudio de calle Tutor, con una bolsa del imperio de Don Amancio y una botella de vino porque es Viernes y el casual Friday acabó a las tres de la tarde. Sacas de la bolsa tu precioso vestido flapper, te lo pruebas y mientras lo haces, reservas noche en rojo para él y para ti. Ya lo tienes puesto, te queda genial, ni una arruga por delante ¿y por detrás? DRAMA. Descubres que tiene una pequeña cremallera que termina donde la espalda pierde su noble nombre. Mierda, mierda, mierda. No estás dispuesta a devolverlo ni en broma. Es el vestido en mayúsculas, en negrita y subrayado y has visitado tres Zaras hasta dar con él. Sabes que no podrás ponértelo a menos que una amiga suba a tu casa o peor, la has imaginado abrochándotelo en los baños de un tugurio.

En ese instante visualizas a tus amigas con pareja. Sólo un feliz microsegundo. Después bajas a la tierra de los singles y piensas que quizás la emancipación no ha sido tan buena idea. Que no hay necesidad para cerrarse en banda pero sin ponerle nombre a nada. El tren sólo pasa una vez y esa prenda casi se te caduca en tienda. No va a esperar eternamente en los burros y el stockaje no es unlimited.

Algún día necesitarás a alguien que te suba la cremallera o que te haga un taladro en la pared. Y te atreverás jamás a comprar un abrigo y un vestido de invitada sin el escáner de mamá. Es el trueque del costumbrismo vital. El salir sólo con amigos y las cenas de familia postiza. Pero siempre desayunar juntos.

Tras la reflexión, te sentarás en el sofá observando tu botella de vino. Has decidido usarla como elemento decorativo porque en la cocina no tienes sacacorchos, y ni mucho menos sabrías usarlo. De repente, te llaman. Le dices que sí, que no te importa y que estarás allí una hora antes. Era él. Te ha pedido que le hagas el nudo de la corbata el sábado por la tarde antes de una boda. La corbata es tu cremallera. Te ha llamado por teléfono y has contestado. Tú te has enamorado.