Nunca se da a una prenda por muerta por muy old fashioned que parezca. Como mucho, se destierra al armario del pueblo para futuros ‘por si acasos’ basándonos en la premisa de que la moda es cíclica. El “todo vuelve” de nuestras madres. Pero con el tanga, no. No en mi caso.
Sé que hablo para un pequeño reducto porque muchas lo encontrareis cómodo, juvenil y hasta muy estético. Yo no. Pero me la juego. Siempre hay que salir a jugar. Sin embargo, con el tanga como mucho se calienta para empatar. Ni siquiera es un quiero y no puedo. Es un ‘no me queda más remedio’.
Se coquetea con él en la adolescencia. Y puede que la culpa la tenga aquel verano en el que los pantalones blancos de lycra eran lo más de lo más. Todo era lycra y ombligos y riñones al aire. Y ahí estabas tú, en pleno plan pandillero, comiendo pipas en los bancos del parque. Con el tanga de hilo asomando bajo la doblez de la cintura de tus pantalones Adidas de rayas y cremalleras. No eras nadie si ese finísimo hilo o triángulo no asomaba por tu cóccix. Te ponías un tanga para enseñarlo. Si no ¿para qué?
Más de lo mismo sucedía con las tiras del sujetador. Te había costado tanto pasar del top deportivo a los dos aros que si lograbas que esas dos tiras blancas se vieran, eras la queen de la clase cuando te tocaba salir a la pizarra.
Así de imbéciles éramos. Nosotras. Puede que el postureo empezase ahí. Puede que siempre tenga su punto álgido en la maldita adolescencia, cuando buscamos con demasiado afán el intentar gustar por gustar. Luego te das cuenta que es mejor insinuar que enseñar. Pero eso te lo enseña la…iba a decir la vida, pero no. Se llama tener estilo o carecer de ello.
Como dije antes, sé que muchas vivís felices en ese mundo de tiras anchas, hilos finos o de textura lúrex. Pero vuelvo a jugármela. Dormir con tanga de hilo era casi peor que calzarte unas Dr Martens. Yo solo sucumbo a él en eventos protocolarios. Que no en partidos importantes, OJO. Ese día, oigo de fondo a una especie de Barney Stinson que me grita: “ponte tanga”. Y le hago caso. Para lo todo lo demás, al cajón de los por si acasos. Que a estas alturas ya no estamos para tonterías.