cómo sobrevivir a la Feria de Málaga

Nos habían contado que Andalucía era eso. El jolgorio, el estar tol día en la calle, la gracia por montera, la exageración personificada y la fiesta padre vaya. Y más cuando empalman un día de Feria con otro. Pero ¿qué queremos? Son lugareños de Despeñaperros pa’ abajo, así que no le tienen miedo a nada. Bueno, quien dice miedo dice vergüenza. Porque a ésa, ni la conocen.

Que sí, que en todas las Comunidades hay tópicos, pero es una verdad como una Catedral que ni el más moderner del lugar logra escapar de ellos en plena Feria. Antes de probar la segunda maceta de rebujito ya estás girando la muñeca como si tocaras las castañuelas. Porque para cuando suene el ‘Para volver a volver’, ya te han camelado unos cuantos con su “hijah, qué guapa eres”. Saben que se te nota en la mirada. Y tú, que eres hija de una madre que en la vida puso a su hija un traje de faralaes, te marcas una sevillana como si hubieras ido a bailes regionales desde niña pero con dos botellas de Cartojal en sangre. Dando el pego. Olé y olé.

La primera vez en pisar suelo andaluz ha llegado con retraso. Siempre fui(mos) más de Norte y de Mediterráneo. Por aquello de escapar de las tórridas temperaturas y por la proximidad en carretera, respectivamente. Llamémoslo supervivencia en verano o elección con criterio. Lo cierto es que una vez allí, esto fue lo que aprendí de Málaga y sus gentes:

-Los malaguitas tiene el “guapo” todo el día en la boca –aparte de subido-. La niña y el niño. La mijita ná más. La pechá y el buchito. Pero todo esto ya lo sabíamos gracias al diccionario de Playground.

-No había visto tanto topless en mi vida. Estaba acostumbrada a ver a señoras más que jubiladas luciendo pieles colganderas en el Mediterráneo de los pobres. Aquí, la tanga, tanguita o la braga tanga lo “lucen” hasta con muchos kilos de más. Con vergüenza ni se come ni almuerza. Y ellos cuando lo hacen, lo hacen en la playa. Todo eran neveras y cenadores por metro cuadrado. “Tol día en la calle, en la plazuela, tomando el aire…”

-La venta de agua, cerveza fría o de pareos imposibles se queda corta cuando escuchas por primera vez el grito de “chocooo chocooo”. Tu amiga te dice: “tía, hay que estar atentas por si pasa el del choco choco”. ¿El choco qué? Pues eso, unos cruasanes rellenos de dulce de leche o kínder para chuparse los dedos con arena incluida.

-Siempre San miguel. Siempre tercios, aún no conocen el botellín. Ni que fueran vascos, oye.

– La cola-cola. Sí, leed bien. Si encuentras una familia, pareja o cuadrilla que no beba un derivado fake de la chispa de la felicidad, sin duda son de “Andalucía pa’ arriba”.

-El abanico es un accesorio que sólo usarás como invitada a una boda o con la menopausia. Pero ay amiga, no sobrevivirás a la Feria sin él. Es el ítem. Ándate con ojo porque querrán robártelo en menos de lo que tarda en sonar ‘A mi Manera’.

-F de feria. Básicamente lo que en Madrid llamamos ‘el búho’.

-Éxitos de ayer, hoy y siempre. Qué afán por desempolvar los cassettes por Dios. Te sorprendes a ti misma bailando aquel hit de las Alazán con su correspondiente coreografía. Mítica. Lo de cantar El Barrio ya es muy mainstream y se llama cultura musical.

Todos estos años creimos que nuestro todo a babor navegaba en aguas del Cantábrico, pero quizás haya que marcarse un Clara Lago. Si ya lo decía la Carrá: “para hacer bien el amor hay que venir al sur”. Era italiana pero la moraleja es la misma. El caso es que nos puede un vasco siempre. Pero para volver a volver, ya está Andalusía.