Recuerdo esa noche perfectamente. Más bien tarde/noche. Era diciembre. Tomábamos cañas sentados en mesas de madera barnizada. En cualquier bareto de la Calle San Andrés. No era viernes. Tampoco sábado. Llevábamos mochila y puede que alguna carpeta. La mayoría volvíamos del edificio gris y en un día o dos nos íbamos de vacaciones. Porque antes sí eran vacaciones.
Hablar de mayoría quizás parezca excesivo porque éramos cuatro. Cuatro pringaos. Puede que horas más tarde se uniera más gente en la mítica Blanca Paloma de Malasaña, uno de los bares de ese año. Pero no estoy segura. Faltaba poco para la entrada en vigor de la Ley Antitabaco y más de una aprovechaba para liarse un cigarrillo.
Pasábamos de la conectividad, de la supeditación y de ESE cambio. Una de nuestras amigas ya disponía de uno. De una, mejor dicho. ¿La más adelantada? No. Estaba on time. Nosotros nos negábamos. Jamás, jamás, jamás. Y otra ronda cuando pueda. Pero servidora a los cuatro meses ya tenía una. Se llamaba BlackBerry. También conocida como BB. Algunas y algunos fueron fuertes -como bien le dijo Mariano a Bárcenas- y escaparon del feedfack continuo durante todo ese año.
Luego hablamos de Los Strokes y fantaseábamos con ir ese verano al FIB para verles. Nunca pasó. Y todos a estas alturas ya hemos manoseado al menos dos smartphones. Hablamos del año 2010.
Ahora, Los Strokes vuelven a reunirse para grabar su nuevo álbum y yo acabo de dar la extremaunción a mi Smartphone. Una vez más, el círculo. El dichoso círculo de la vida.
Esta historia está más que basada en hechos reales. Es real. Ocurrió cuando no faltaba nadie a ninguna cita. Cuando ninguno de los nuestros hacía las Inglaterras o las Europas. Bueno, salvo el culo inquieto –al cual yo aún no conocía- que ya danzaba por América o casi. Cuando también usábamos aquello llamado cámara digital para el “yo también estuve allí” de los conciertos y quedadas. Cuando nos veíamos todas las semanas e incluso todos los días y éramos capaces de salir hasta tres días consecutivos si el calendario de eventos de Facebook así lo marcaba.
El caso es que debimos ir ese verano de 2011 a ver a Los Strokes. Era el puto verano antes del todo. Antes de la nada. Pero no lo hicimos. Yo me fui a Gijón y otros a El Campello. Quién sabe, quizás en 2016 o 2017 nos reunamos todos en cualquier lugar para ver a los de NY. Y si no, quedaremos para escucharlos en cualquier casa. Allí está permitido fumar y haremos foto para la posteridad social de las redes. Todo un planazo.
Ojalá.