Somos lo que comemos. Somos lo que leemos. Somos lo que madrugamos y (ya no) somos lo que fuimos estando singles. La báscula no miente. De la soltería al engorde hay un paso. Y tú, que te pasaste media vida preguntando a tu madre qué hay de cenar, ahora ese “hay” se ha convertido en un “hacemos” con delantal incluido. Aquí huele a ‘Smell like love spirit’. Pero mucho.
Todo empieza con el calendario de las primeras citas. Cervezas en la primera, copas en la segunda, cine y palomitas en la tercera y a la cuarta pierdes la virginidad zampándote una hamburguesa. Yo os declaro novios el uno del otro.
Con el fluir de la relación, acabáis compartiendo, digo viviendo deprisa, en el mismo piso. Porque donde comen dos, el carrito de la compra se llena solo. Y se abaratan costes para futuros viajes o escapaditas -como os gusta llamarlo-. De primero de Código Nuevo. Aún no lo sabes pero estás a punto de engordar unos cuantos kilos con mucho amor.
Ay amiga, pero la realidad es otra. Deseandito estás de quedarte sola en casa para cenar sin usar la sartén o seguir la dieta de choque de tres días a base de piña. Pero no te deja(n). La rutina es el menú del día a día y quedarse con hambre invita a tomar copas en otros bares. Mejor asegurar el pase con un “¿salimos a cenar?” porque han abierto un restaurante super chulo en Instagram y hay que ir. Momento Happy Meal y todos felices.
Ningún hombre va a privarte de los placeres de la vida porque es tu hombre. Ya no hay penitencia entresemana. Ya tienes a alguien. Y si algún día…pues bienvenida al efecto rebote.
Y tú, ¿cueces o enriqueces? Yo de momento me voy a tomar unas cervezas y no paso a cenar por casa.