los amigos de Peter

¿Y qué hacéis?

Pues nos juntamos, hablamos, vacilamos, nos acordamos, reímos, pinchamos, nos miramos. Ah, y bebemos.

Los vascos, que de esto saben un rato, se reúnen alrededor de una mesa para celebrarlo absolutamente todo. Nosotros, y me refiero a lo que tenemos por cuadrilla, pensamos que lo nuestro era hacerlo de barra en barra. Más que nada, por aquello de que muchas veces se nos olvida -hasta- cenar.

Pero pensándolo en frío y sin hielos de por medio, no es así. Hemos probado a hacerlo de todas las posturas. En el suelo, en la pista, en la tarima, en sillas, sofás, bancos, en la calle y hasta en un piso totalmente vacío. Y siempre el mismo resultado. Ni un gatillazo.

Todo esto viene porque hace días un colega me contó que algunos de sus amigos le habían prohibido beber. Amigos. Prohibir. Beber. En este año de mierda. Lo entiendo menos que este virus que nos ha caído encima. Y no se está hablando aquí de problemas de salud. No. Señores, que bebemos porque nos han echado del curro, porque hoy follo, porque estoy feliz y quiero estarlo más, porque me toca los cojones, porque me han cogido en esa cosa nueva, porque todo está bien, los análisis están bien y porque -joder- nos gusta.

Esto de prohibir y echar broncas parece ser tendencia últimamente. Como cuando tu madre te ponía hora para llegar a casa. Pero resulta que en mi caso, lo de A las once en casa era simplemente una serie. Debe ser por eso que no tolero mucho la prohibición en el ámbito social y las espadas de Damocles apuntándome para que pida perdón y lo hagan los demás. Uno no debería pedir nunca perdón por pasárselo bien.

Con todo esto, he encontrado una moraleja a esta fábula del ser humano que quería beber y no le dejaban.

Déjame vivir con alegría,
Si he pescado bastante para hoy,
Mañana será otro día,
No faltará un caracol.

Pues eso. Que ya me crucifico yo al día siguiente por los mensajes enviados, por las llamadas a deshora, por dar vergüenza públicamente y por esta resaca que tengo encima.