el Atleti vuelve a ganar la liga

Lo que yo estaba acostumbrada a denominar “ una casualidad de la vida” resulta que tiene otro nombre. Al parecer existe una cosa llamada sincronicidad. Defínase el fenómeno como “la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal». Es decir, la coincidencia temporal de dos o más eventos, que guardan relación entre sí, pero que no son uno causa del otro, sino que su relación es de contenido”.

Pues bien. El último año que el Atleti ganó la Liga yo vivía en la misma casa, dormía en la misma cama, los fines de semana eran muy parecidos a los de ahora, -aquí no se podía hacer mucho- y las visitas a Madrid se contaban con los dedos de una mano. Es decir, como ahora pero con seis años menos.

En el año del bicho, con una Liga, una Europa League, una Supercopa de España, otra de Europa y dos finales de Champions –digamos que- perdidas, la vida no está para responder a los ¿Adónde vas? ¿A qué hora vuelves? ¿vas a venir a cenar? de cuando tocó volver por aquel entonces. Sin embargo, tu madre te sigue comprando el Suchard sin que tú se lo pidas aunque ya tengas tu nómina en curso.

Esta reminiscencia que se ha presentado sin avisar viene a ser como estar en un bar y que de repente suenen los greatest hits de Enrique Iglesias -los de antes de que le diera por hacer cosas raras con Pitbull-. En menos de que te imagines al hijo del truhan en el videoclip con Ana Kournikova ya estás cantando: All I need is the rhythm divine. Lost in the music, your heart will be mine. All I need is to look in your eyes. Viva la música, say you’ll be mine. Siempre han estado ahí y tú creías que habías sido capaz de olvidarlos. Porque con tantos botellones, ¿quién se va a acordar ahora de esas letras? Sin embargo, aunque corras, te escondas no puedes escapar.

Dicen que me ven bien. Muy bien. Ahora. “Te veo muy muy bien, Sara. Jamás lo hubiera imaginado”. Le faltó añadir un «aquí». Te veo muy bien aquí los 365 días del año. La pura adaptación al medio, chica. Me han tirado El Calderón que yo conocía y ahora me toca jugar en un Metropolitano de algo más de 13.000 habitantes mínimo una vez por semana. La base es la misma, pero con el salto de calidad de pasar #Los30.

Además, tampoco hemos cambiado demasiado la forma de jugar. Sí nos hemos quitado las vergüenzas y vamos un poquito más de cara. Quizás solo haya tocado aprender a divertirse, salir o hablar con la gente que ya estaba en el equipo, pero que solo se presentaban a jugar en los 4 Grand Slam del año. Hemos sabido repescar a un Carrasco que salió huyendo de la toxicidad de una ciudad –llamémosle China, Madrid o novia- y a ese amigo ermitaño convertido en Lemar que se creía que no sabía jugar a nada porque no se adaptaba a la cuadrilla.

Con todo este tufillo a 2014, se está quedando un año bonito para ganar La Liga y, por qué no, también otras cositas. No nos olvidemos que Toni Doblas, Rufete y hasta Jero Romero jugaron en el Toledo y Gregorio Manzano entrenó a los del Salto del Caballo. Todo empieza y acaba con Gregorio. Gracias infinitas, Goyo.