bares

 

   –Buenas, ¿nos pones cuatro cañas?

Sí, pero lo siento, no tenemos mesa

Sin problema, nos quedamos en la barra

Bueno, podemos acoplaros una para que dejéis los vasos porque no tenemos sillas

-Tranquilo nos quedamos de pie

Pensándolo bien, podemos sacar del almacén justo cuatro sillas. ¡Tenéis mesa!

-Nada, no se moleste. Preferimos quedarnos aquí

Es que tendríais que haber llegado antes. Esto se pone hasta los topes. Pero ya tenéis ubicada la mesa

-¡Cojones, que no me quiero sentar! ¿No lo entiende? Quiero ver el partido de pie, con el bolso encima, con la birra en una mano y el codo opuesto apoyado en la barra. Hoy (y siempre en estos casos) quiero ser un hombre.

Y así empezó todo. Enfrentándonos a lo más parecido al maître de aquel bar de Moncloa. Dos energúmenas a las que les faltó ná y menos para comerse con los ojos a esa camarera cuando jaleó el gol del portugués. Dos a las que les faltó palillo entre los dientes porque venían de la previa rumiando los restos de brownie ahora ensopados en zumo de cebada.

Putos tópicos.

Porque sin querer vas cogiendo hábitos, ademanes de padre en bares de marineros. No comprendes que un domingo en el que la capital se juega todo, la gente saque a pasear a su cachorro porque hace bueno. ¿Y qué hace esa mujer jugando con su tablet mientras su marido reclama una falta?, pero ¿qué ser se lleva una tablet a un bar?, ¿y esas dos con bolso de Bimba&Lola hablando de su semana en el gym?, ¿y ese chico deslizándose calle abajo con su longboard?

En serio, como diría una amiga mía: “si algún día me hallo en una de estas situaciones, dadme una bofetada porque no soy yo”.

No hace mucho en una comida de las nuestras, sin ir demasiado borrachas, advertí mi declaración de premisas varoniles. Una oda a los futboleros. Al extremo, sí. Que no sea un mero aficionado a los cruces de Champions a partir de cuartos de final (que luego somos todos muy merengues) o de derbis y clásicos. Sino que ante la pregunta: “oye, ¿bajamos a ver el Barça-Depor?” lo mejor que te pueda decir sea que ha quedado con los colegas para verlo. Pero ay cómo te diga: “¿que si bajamos a qué? En serio, las novias de peleles como estos, ¿qué hacéis? O el remate, él se hace futbolero por ti, cari. Y encima, le tienes que corregir un fuera de juego, o peor, explicárselo. Me niego.

Lo dicho. Ojalá nunca me saques a bailar. Ojalá que nuestros mejores abrazos sean por la euforia de un gol común. Y si nos da por creer en el matrimonio, que nuestros amigos de la carrera nos obsequien con la elástica colchonera para desayunar los domingos de partido cuando no se nos peguen las sábanas.

Pero hasta que nos conozcamos, siempre puedes buscarme en la barra. ¡Soy un partidazo! Como el del domingo.