cristiano

A ver si me va a caer bien Cristiano, pensé. ¿A mí? Y poco antes de ganar eso que llaman Balón de Oro, ya lo estaba humanizando extrapolándolo del fútbol. Esas lágrimas me pudieron. Y no es que estuviera yo con el síndrome PMS y me las creyera cual ‘teen’ enamorada de sus pendientitos allá por los primeros dos mil. Es que eran sinceras. Y al lado de un niño mucho más. Buen marketing. Bromas fuera.

Rastreé un poco más sobre toda la carga que llevaba a sus espaldas. Esa gesta familiar en la que él es el héroe, me ganó. Hasta olvidé mis palmas cuando marró aquel penalti contra el Bayern.

Viendo y escuchando los pitos que le ha propinado esa grada sentenciosa este fin de semana, ni lo veo ni lo escucho. Menos aún lo entiendo. ¿Dos? ¿tres partidos sin disfrazarse de jugón y ya agobiados? El marcador anota cinco goles, pero a ellos no les Bale (guiño guiño). Y que sí, que los millones son los millones. Pero miren a su competidor de mercado. El que hace unas semanas paseaba por el césped, ahora parece que ha vuelto con hambre y ya no tiene ganas de vomitar. Pero claro, a un Dios casi nunca se le critica y menos en el mausoleo donde juega, que grita hacia dentro.

Oye, que su principal rival somos nosotros. ¡Ah sí! Perdón, la costumbre. La rutina de no formar parte de ese nicho por conquistar la Liga. De equipo pequeño. Con el ‘no’ por delante de equipo menor. Sino de ganarnos todo a pulso, como se le vence a la vida. Nuestros dientes están más acostumbrados a rechinar cuando las estamos pasando putas. Filosofía de partido a partido y a correr.

Pero como dijimos la noche del sábado: hemos venido aquí a jugar. A decir que Cristiano no es el antagonista. Es como aquel engreído y chulesco que de pronto un día es el tío más majete. Que lejos de ser el mejor chico del mundo, empiezas a tenerle muy en cuenta. Que te gana con una sonrisa y te arenga con gritos de guerra prestados.