No tenemos edad de ni para qué. Pues según qué cosas, esta doble negación se convierte en verdad. Porque muchachada, nunca está de más hacer un buen botellón ya que últimamente tenemos la suficiente autoridad para beber dentro de los festivales desde primera hora de la tarde. Sabemos que (el) beber en las casas también es hacer botellón. Pero no es lo mismo, es distinto que diría Alejandro Sanz. El botellón se parió en la calle y muere en la calle y, de vez en cuando, nos gusta hacer(lo) ahí mismo.
Con guantes, ligando con abrigo-bufanda-jersey, robando hielos enrutados en una putivuelta y aganchando la cabeza para que nos nos toque la china de “ir a por hielos” en plural a mitad de la noche. Si somos capaces de mear en baños portátiles mientras se nos cae el moquete, podemos tener treintayalguno y seguir llevando esas bolsas de plástico petadas de licores y botellas de coca-cola.
Hacer botellón es como volver a desayunar a media mañana una napolitana de chocolate. Un desliz muy placentero. Porque nuestros planes de futuro para con él, son saber que algún día (digo yo) dejaremos el ron y nos pasaremos al vino o al gin. Pero por si ese momento no llega, que nadie nos robe este cubata al aire, y nunca mejor dicho.