El cartero siempre llama dos veces y los ligues de fin de semana escriben en jueves. Alemania no. Ha esperado seis años para conquistar a su chica. Faltándole siempre un empujón. Ese que suele darte un amigo. Se marchaba de cada país jurando volverla a ver. Y ya se sabe: ese “ya nos veremos” a veces significa “te quiero”. Esperar no es tardar. Es escoger el momento y escenario idóneo. Una alineación. Como la de Alemania en Brasil.
Dicen que para abrir una ventana, hace falta cerrar una puerta. A ellos se la cerramos dando un portazo. Limpio. De esos en los que no vuelves a pisar el felpudo de bienvenida en lustros. Y otra vez no. Fueron tocando y tocando de dos en dos hasta el “sí” de la chica. Una heroica en una noche de estío. El cénit.
Alemania es el nuevo british. El nuevo clase A. Berlín en verano. Los Reservoir Dogs de medias negras. El polvazo. El normcore del Mundial que acabó convirtiéndose en hype con el fichaje de Toni Kroos por el Real Madrid. Es la cultura de festejar el título a ritmo de Stromae y con los White Stripes sabiendo a quién pertenece ese guitarreo. Es saber escribir Schürrle y la importancia de pronunciar bien Thomas Müller. Porque Lahm se llama Philipp y Hummels se ha convertido en tu mejor fichaje. Como de costumbre. Son los maddafakka del fútbol.
Y ella lo supo. Aquel 13 de julio cedió a descolgar, ¡con lo que ella odia hablar por teléfono! Era el momento de superar la fobia de las notas de voz. Quería(mos) tenerlo todo. Los domingos de cine y los aquí y ahora. Por eso la llamó un domingo.