“Qué curioso, los que odiáis San Valentín estáis solteros”. Anoche me soltaron esta ¿novedad? en una conversación de bar, entre amigas (todas prometidas con el anillo hasta el fondo) de las cuáles sólo un par estábamos fuera de ese círculo vicioso al que llaman estar en ese estado. Y dando gracias. Que en la vida hay mucho tonto enamorao’.
El antitodo siempre por bandera. Naranjas por corazones. Y mejor intimar que demostrar. Siempre aborrecí los nombres sellados en plata porque el cruce de las iniciales de ambos no es de ley. Y mira que me gusta eso de que “detrás de la lengua siempre viene el corazón”. Pero no. Pensaréis que lo difícil reside en dejarse conocer y en otorgar el cuchillo a la persona adecuada para que corte en dos mitades perfectas la naranja. Pero no, las naranjas han de conservarse enteras. El mérito está en dejar que la punta de tu lengua toque, saboree una pequeña parte y detectar su grado de acidez. Si las papilas gustativas reaccionan, enhorabuena: estás dentro. Vía libre para poner el corazón.
Y eso hice. Aparque un poco, sólo un poco, el abajo el amor y torcí mi corazón hacia el lado del género opuesto. Probé una naranja de la temporada pasada y el exprimidor me reventó en pleno derroche de sentimientos. Menos mal que mi corazón bombea a cuentagotas y regenera emociones con los que de verdad importan. Los que no fallan. Ellos y ellas.
Lo dicho: no existe. Por si lo habías olvidado.
Hasta que aparezcas tú, claro.