Aquella noche no vi el partido de Turín. Tuve mi Tiempo de Juego. Y menos mal. Había tenido un día de mierda y unas semanas de salvar relaciones. Días antes del encontronazo, había comentado con otros de la parroquia que igual había susto. También había pensado, que no imaginado, el hecho de ahorrar para una hipotética final aquí, en casa. Y mira, al final me comí el confeti antes de tiempo.
Por unas o por otras, decidí no verlo. Como cuando niegas que nada va mal y le repites a la almohada que todo está fetén. Fue como cuando uno de los dos se enfada y se va a dormir a su piso, ese que paga. El enfado siempre dura lo que tiene que durar. Hasta que alguien suelta algo gracioso o cuando pierdes las braguitas en el río cuando envías el tercer whatsapp del día.
De nada sirve recordar que Antoine se escondió. Cuando vives en una relación, juegas al escondite con los demás. Y a veces, llevas puesta la capa. Pero ya se sabe que cuando algo se rompe, sólo existe la apetencia de hacerlo todo más fuerte y sin parar. Y ya va siendo hora de hacer cosas que nos hagan felices y dejar de tolerar que gente vaya al Primavera Sound antes que tú.
Aún no tengo claro qué significa ser un atleta del amor y si quiero serlo. Pero quizás aquí no estemos hablando de amor, así que de ésta me libro.
Ahora, casi un mes más tarde, sigue doliendo el adiós (a la Champions). Pero lo que no se salva, te hace más fuerte.
Confiemos entonces.