el apagón Friends nieve

Debería estar acostumbrada a que se vaya la luz. No me voy a repetir, pero inolvidable esa Nochevieja y tantas otras noches (porque casi siempre eran noches) en las que en casa no había luz. Y no me he criado en una chabola, pero sí en lo que los de ciudad grande llaman la España vaciada. 

Recuerdo tardes de verano tormentosas, de finales de agosto, en las que el apagón estaba asegurado. Noche de vendavales y tolvaneras en las que, con suerte, había luz, pero la antena del televisor parecía darse aire con un abanico. A día de hoy, en el pueblo, La 1 falla a menudo si sopla un poco más fuerte el aire y te quedas sin ver la televisión un buen rato.

Para todas estas situaciones vividas de niña y adolescente, estaba mi madre y sobre todo, mi abuelo con la “aradio”. Todas esas generaciones no tendrán carrera universitaria, pero sabían más que los ratones coloraos. Hoy estoy echando de menos escuchar de fondo ese transistor de mi madre en el baño oyendo las noticias sobre las 6:30 preparándose para ir a currar y yo en la habitación de al lado dormida como un cesto. Ahora estará pensando en esa radio a pilas rota que se rompió hace nada y “tengo que comprarme otra porque hace falta siempre”. 

Pues eso, aquí estoy yo ahora, sola y sin mi radio de la facultad metida debajo de la almohada escuchando a José Ramón de la Morena y teniendo que preguntar a una vecina que bajaba por la escalera con transistor en mano qué es lo que pasa en España o en el mundo a las siete y media de la tarde. 

Me estoy acordando de todos los relojes que he tenido en mi vida: Viceroy, Swatch, un Casio morado, de correa marrón, azul marino…. Pues oye, ahora ni uno para mirar la hora analógicamente. Agobiada por llevar algo tan prieto en la muñeca. Pero como soy fashionista, tengo en mis páginas favs de navegación, uno dorado monísimo con la esfera verde y que nunca llegué a comprar. Dependencia digital hasta para saber qué hora es. Al menos, en mi barrio, a las 19:00 tocan siempre las campanas de la iglesia.

Me estoy acordando también de la alemana de adopción. “Tengo casi el kit de Bruselas hecho”, dijo hace un par de días. “Anda, exagerada”. “A mí no me cabría nada compartiendo piso con tres personas más”. Es la que estudió Derecho del grupo y la que siempre encuentra los mejores chollos, siempre hay que hacerle caso. Y, por eso, me puse a hacer fotos a mi congelador lleno por si había que reclamar al seguro. 

Me estoy acordando también de cuando un 1 de mayo me escapé de un Madrid pandémico con toda mi mudanza escondida en la parte de atrás de una furgoneta familiar con mascarilla y guantes. 

Me estoy acordando de que justo a las 12 de la mañana he llamado a mi madre. 

Me estoy acordando de ese SOS 4.8. de 2011 cuando vivíamos en un camping, no teníamos aún smartphone y cargamos el móvil una vez en todo el finde en un bar mientras comíamos. En un trayecto Madrid-Murcia y Murcia-Madrid. Una sola foto en ese festival, nadie se perdió, no hubo dramas por no encontrarse, no hubo fotos como respuesta al “dónde estáis” y vivimos tan felices viendo a The Kooks y a Two Door Cinema Club. 

Me estoy acordando de Filomena. Una semana sin salir de casa. Y tan pichi. Pero claro, con luz y la despensa de madre llena.

Me estoy acordando de esa clase en la facu. Quinto de carrera, turno de tarde en el edificio nuevo y, en la última, sobre las seis de la tarde, se fue la luz. Los pocos que íbamos a clase por las tardes seguimos cogiendo apuntes a boli alumbrados por la luz de emergencia de la puerta porque don Tauler no paró de dar su clase. Never forget. 

Me estoy acordando también de mi amigo José. Ando escribiendo todo esto en un cuaderno de anillas cuadriculado a boli Bic. Pretendo pasar esto al ordenador y se me ha venido su imagen sentado en clase en el colegio escribiendo en las últimas páginas del cuaderno artículos para ‘El Fútbol tiene música’ o simplemente para tenerlos en Word. Tenía que salir periodista el niño, obviamente. 

Debería estar acostumbrada a ser de las pocas que no tiene la tarjeta en el móvil, que saca siempre dinero cuando hago planes los findes, que paga en efectivo siempre que puede y que deja unos euros para pagar el ropero que los demás le devuelven por Bizum. Pues me ha pillado con 12€ en la cartera, la nevera llena de fruta, un brick de leche de avena recién abierto y el congelador hasta arriba. Siempre fiel a mi: “Neveras vacías, congeladores llenos”. 

Me estoy acordando también cuando hace dos veranos, mi frigorífico dijo: me voy. Una semana de agosto sin poder beber agua fresquita y comprando una bolsa de hielos cada día para poder mantener la cena fría. 

Me estoy acordando también de que vivir en el extrarradio de Madrid significa que nadie quiere venir a hacer copas a casa o ver el fútbol. Amigos contados con los dedos de una mano podrían venir a silbar para saber si yo estoy bien.

Hace un rato salí a la calle a dar una vuelta y a tener noticias del mundo o de España. Al Bronx con los loros frente a las barberías del barrio. Me dirijo a la frutería porque mi frutero siempre tiene puesta la radio con el techno o el reggaeton, pero está cerrada. Voy al ultramarinos de confianza y no cabe ni un alma. Me voy. Pillo algo de información por la calle de que la luz ya ha vuelto al norte de España, pero que los del centro estamos jodidos. Me subo y me ducho con agua fría y adopto el rol de vieja del visillo mirando por la ventana horas antes de meterme en la cama a las nueve a esperar que se haga la luz. 

Siguiendo con la rima de lo que quiera que sea esto, debería estar acostumbrada a vivir en modo avión. Mi teléfono ya ha cumplido los tres años y medio y la salud de la batería está para chopped de lata. Con lo cual, cuando sé que voy a tardar en pasar por casa, apago datos y meto la batería externa en el bolso. Tengo todo eso, la mitad de una vela de Mercadona, una linterna de bolsillo de CC.OO y el móvil de empresa a medio cargar, que voy a poner ahora mismo también en modo avión. 

El título de esto lleva copyright a Alejandro Sanz. No tiene nada que ver con la dura historia de su amiga, pero a todos se nos apagó la luz el 28 de abril de 2025.