stalker you

Ha pasado casi un mes desde la última vez que nos vimos o que nos leímos. Para este caso, la misma cosa es. El piloto ha tardado en salir pero llevaba cocinándose desde el verano más tardío. Me he permitido la anarquía de saltarme una historia que siempre podré recoger a modo de flashback pero es que en este capítulo tocaba hablar de ti, de ti y también de ti. Porque si la primera serie del año ha sido You, es hora de que el stalkeo puro abandone la pequeña pantalla. Así que, no montes ninguna asociación de los amigos de nada porque no estás solo. Sé stalker, my friend.

Ser stalker es dominar la jerga de perfiles fake, ser la versión pro en los duelos de stories y saber tirar la liana para unir todos los vértices del círculo. Un stalker huele por qué contestas a las dos horas de dejar a tu novia en casa. Lo quiere todo: saber y no saber. Se pasa todas las pantallas y a la hora de rescatar a la princesa, se carga la partida. Eso es así. Y por eso el mal del stalker no es otro que ser como un grano: si no lo tocas ni te acuerdas que está ahí, pero una vez tocado ya estás hundido porque sabes que existe.

Stalkear es el nuevo querer en tiempos donde millennials y centennials juegan un amistoso por el ‘no al amor’. Pero resulta que puede que no. Que está todo inventado. Que a generaciones anteriores también les gusta darle a la verborrea whatsappera. Sin etiquetas y sin sistema de medición. Resulta que si cada Navidad durante ocho años cae el mismo polvo, no se cuenta. Tampoco suman las veces que te escribo al día acordándome de cosas frikis que nos hacen gracia a ambos. Eso no es ná.

¿Y a dónde nos lleva este cruce? Pues a la sabiduría popular. Uno de mis mejores amigos (me) ha dicho toda la vida: “a mi lo que me pone es el tonteo, si luego me lío con ella pues no le voy a poner puertas al campo”. Y si el amor y el desamor es el pop de toda la vida, pues holi tonti pop.

El tonteo es el nuevo love.  lo dijo un colega que en el 2005 aún no tenía móvil. Visionario.